miércoles, 4 de febrero de 2009

Schwarzenegger

Oh, vamos, sabes que eres la mujer de mis sueños, le dice Arnold Schwarzenegger en El vengador del futuro a una rubia infernal, contratada por el servicio secreto de los Estados Unidos para inventarle una vida después de que le lavaron el cerebro porque el tipo estuvo en Marte y que haya ido a Marte no está bueno, no para los yanquis, que prefieren tenerlos a todos guardaditos en la tierra y con vidas de laboratorio. Mientras tanto, bebo de un trago mi Nesquik a medio entibiarse: grumos de chocolate aparecen por sobre la leche recién batida, el azúcar descansa en las profundidades del vaso, y Schwarzenegger ya está cagando a trompadas a la mina que hace unos diez minutos le juraba un sexo interplanetario, afrodisíaco y casi prohibido. En medio de un enfrentamiento vintage-futurista (no es una contradicción: la escena nos da la idea de qué flasheaban los directores norteamericanos cuando se ponían a adivinar, hace unos veinte años, sobre qué pasaría veinte años más tarde. El resultado es la nada misma: la invención de iPods con más capacidad y mejores carcasas, algunas vacunas para enfermedades que nadie padece, y nuevos problemas micro-inmunológico-cardíaco-ambientales) alguien toca la puerta. Arnold, no lo hagas, le grito, pero Arnold -de 17 pulgadas- y su curiosidad de jardín de infantes, la convicción de que algo no anda bien, su inquietud por salvar al mundo, ese desmesurado ánimo pendenciero y hasta la certeza de que es todo parte de la filmación y de que no saldrá herido bajo ningún concepto -porque en menos de veinte años debe ser gobernador de California, y nadie quiere un gobernador discapacitado-, abren la puerta con ganas de encontrar problemas.-
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(imagen extraída de aquí)

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