Suena el teléfono dos veces, lo dejo sonar una vez más y es mi propia impaciencia la que atiende: hoy es un Renault Megane gris en puerta, pero mañana puede ser un Peugeot 504 sin estéreo ni cinturones de seguridad. Si querés podés subir adelante explica el chofer, pero no quiero. Aprovecho para dormir en el viaje: el remisero no hace preguntas, maneja rápido pero el asiento es cómodo y el aire acondicionado me pega de lleno en el pecho. Cuarenta minutos más tarde, me despierta la sirena del auto-bomba: tuve un sueño que no termino de recordar, pero creo que tiene que ver con una salita de primeros auxilios. La voz alcohólica del conductor dice llegamos, nene. Abro la puerta y mis pies se hunden en el barro de una calle perdida en una zona perdida en el último rincón del conurbano bonaerense. Acá está la prensa, asegura un gordo en cueros y me señala: de ahora en más, nadie preguntará mi nombre, yo seré para todos "la prensa", a secas. El aliento a vino de un tipo sin dientes me jurará que ellos saben quién fue el que violó a la Carmencita, y que lo van a sacar de esa casa que ya comenzaron a romper y a incendiar. Un puñado de vecinos arroja piedras a una ventana sin vidrios. Los estruendos son una invitación para que el resto del barrio se haga amigo de la linchada pública, y a su vez, son esos mismos piedrazos los que incitan a romper todo, saquear, prender fuego y huir. Al grito de justicia justicia, tres tipos con la cara cubierta con remeras, terminan de tirar abajo una puerta de chapa despintada, y arrastran de los pelos un cuerpo que se retuerce, grita, y que en cuestión de segundos, será un montón de carne muerta y desnuda en medio de la tierra del pasaje Berlín.-
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(imagen extraída de aquí)
1 comentario:
"Salvando las distancias" me produce una sensacion similar o al menos parecida a lo relacionado con la vida en el "campo", en el "pueblo", en lo "rural".
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