Nos debíamos una charla. Eras, hasta el momento, la difusa fotografía de una nena que a duras penas llegaba al metro en puntas de pie. Eras entonces un guardapolvo azul marino con ribetes rojos, mofletes hinchados de palitos de la selva y una mezcla de lágrimas y mocos en cada capricho no concedido por tu madre: rubia platino de durísimas tetas operadas y en orden, acomodadas con prolijidad y esmero, tetas que apuntaban a cualquiera con el autoritarismo visual del acá llegué, todos los hombres quietos, y que se sepa que estoy divorciada. Creo que fue esta última imagen la que me decidió a llamarte. Después de todo, hacía tanto que no nos veíamos, y yo recordaba esos ojitos indecisos, aunque creo que una vez me dijiste te quiero. Fuimos novios, de eso no tengo dudas. Mis hermanos se burlaban porque decían que no podía tener novia a los cinco años, que era muy chico para eso. Pero sucedió, y mantuvimos una relación silenciosa, en privado, alejados del puterío propio del jardín de infantes y de las habladurías de las señoritas que cuchicheaban en los rincones del patio. La última vez que nos vimos, llovía y era el último día de prescolar. Jamás pensé que así sería nuestra despedida, que tu mamá y sus tetas te inscribirían en un colegio del Opus Dei -como Dios manda-, para que tuvieras una educación algo más estricta, o para que ella consiguiera un nuevo novio algo más adinerado que la gente del barrio. No volví a saber de vos. Ni siquiera pudimos hablar de nuestra relación. De alguna forma, seguimos siendo novios, y en cierta medida te fui muy fiel. pero nos debíamos una charla. No hay duda: nos debíamos una charla.-
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Mañana, la segunda parte.-
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(imagen extraída de aquí)
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