Tantas fotos y yo que me llevé Sensibilidad a marzo. Pero voy a intentarlo, no me creas demasiado, de algo me acuerdo: las tardes de metegol en la casa de Anita, las veces que nuestras familias se juntaban a comer paella y nosotros tomábamos por asalto las paneras propias y ajenas: no quedaba ni un miñoncito con miga, y pensar que ahora detesto la miga, no la puedo tragar. También retengo las imágenes de nuestros juguetes en el arenero, los machetes en los últimos años de la primaria, y ya en los grados superiores, en plena vorágine académico-sexual, tu inútil carrera por superar a tus amigas en el conteo de chicos y besos (desprolijo Tren de la Alegría que te encargaste de llenar con cualquiera, a cambio de una popularidad que hoy padecés). En esa competencia -que molestó a las autoridades del colegio (el Excelentísima Virgen Niña y Madre Protectora del Corazón Eucarístico de la Sagrada Herboristía) cuando saltó la ficha de que te habías curtido a dos preceptores en el baño de los docentes- yo quedé un tanto enroscado, aturdido, pero ahora miro con buenos ojos la (falta de) intimidad que tuvimos en las hamacas de la Plaza Irlanda. Ni te imaginás lo que me gustaría tenerte otra vez así, una noche cualquiera, doce años más tarde: no por lo entregada y desnuda, sino por lo intacta, espontánea, natural e infantil aunque triste.-
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(imagen extraída de aquí)
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