Yo era feliz hasta que llegaste. Tenía un perro, almuerzos frente al río, una mujer preciosa y compañera, con películas los fines de semana, un auto cinco puertas, el ticket del estacionamiento, fecha de casamiento, de apareamiento, de vencimiento. Pero tu rubia histeria con volados de intelectual volvió a copar -uno a uno, muy de a poco- los cajones de mi fiel paciencia cotidiana, de la cordura monogámica que alquilé desde adolescente y que procuré conservar hasta que se te ocurriera retomar las negociaciones con mi nostalgia. Una vez más, el fracaso. Siempre le mojaste la oreja a mi emoción infantil, y es por eso que sos una auténtica hija de puta, porque ahora que me ves bien -se te ve muy bien, dijiste-, se te antoja estrellar tu Boeing 777 contra mi muralla de piecitas del yenga. Tu ánimo goleador es tan obsceno como elocuente, y tenés muy claro que jamás me atreví a descuidarte. Pero todo este tiempo te cuidó otro, me desentendí de tu fobia por quedarte sola, y ahora me buscás con preguntas que sólo apuntan a contarme lo triste que te sentís, lo feo que es encargar comida para uno. Y ahora que yo estoy tan contento y estable y feliz -que estaba tan feliz-, ya pienso en cómo dormir con Ella sin que se entere de que tu fantasma kamikaze viene cayendo del cielo raso para saltar a oscuras en nuestra cama king size.-
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(imagen extraída de aquí)
3 comentarios:
veo que sigue escribiendo con mucho estilo! salut!
un clásico, NNN.
Hola!
También era feliz hasta ayer.
En fin te leo en twitter, saludos!
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