Y después de la indiferencia y el último sexo en la cama marinera, no volví a saber de vos. Miento. Mandaste un mensaje de texto y no te lo respondí porque creí que eso te mantendría interesada en mí. Grave error. Luego de algunas semanas de lamentar haber seguido el jueguito histérico, me decidí una mañana a llamarte para saber qué había sido de esas botas de cuero que alguna vez permanecieron dormidas junto a mis medias rayadas. Pero no llegué a hacerlo, mas grande fue mi sorpresa al despertar ese mismo día con tu voz de animadora de fiestas infantiles, panadero feliz, maestra jardinera en el primer día de clases: ahora eras la cara visible del mayor éxito televisivo y en horario central. Era evidente que estaba destinado a padecer el infame alboroto de tus carcajadas en toda cena, reunión con amigos y los correspondientes comentarios de ellos, y en los canales de chimentos, todos los noviazgos que te inventarían con modelos y futbolistas que jamás ibas a conocer.
Mi mal humor y yo tomamos un café que nunca fue tan amargo. En la calle, adolescentes en camionetas blancas empapelaban Buenos Aires con tu sonrisa ganadora. Avisos publicitarios en revistas de fin de semana adelantaban que tus infinitas piernas iban a dar que hablar en todos lados. Eras la miel del momento, sentada sobre la crema de la crema. Y yo aún condenado al recuerdo de esa noche.
Mi mal humor y yo tomamos un café que nunca fue tan amargo. En la calle, adolescentes en camionetas blancas empapelaban Buenos Aires con tu sonrisa ganadora. Avisos publicitarios en revistas de fin de semana adelantaban que tus infinitas piernas iban a dar que hablar en todos lados. Eras la miel del momento, sentada sobre la crema de la crema. Y yo aún condenado al recuerdo de esa noche.



















Tal vez el tiempo haga de esta carta una mera expresión de deseos, o peor aún, una torpe declaración de amor que vas a leerle a tus hijos dentro de veinte años, cuando descubras casi con simpatía y vergüenza los bordes de esta hoja de papel y ellos te pregunten con infantil curiosidad quién era él. Para ese entonces habrás olvidado mi nombre y mi teléfono: seré una figura en el cielo, imagen sin rostro, sin voz y hasta sin sentido. No vas a saber qué decirles cuando te pregunten quién te escribió tantos cuadernos, te sacó tantas fotografías, te regaló ese perfume que de a ratos, sentís cuando abrís la caja con los recuerdos. Por eso, mientras conserves el reflejo de lo poco que queda de nosotros -quiero pensar que aún algo queda-, y aunque tal vez te parezca que ya no tenés nada para darme y aunque yo entienda que todavía nos quedan tantas cosas, sólo no quiero dejar de hacer este último intento para que sepas que no hay nada que me interese más que esto. Esto es mi felicidad. Y que por esto, lo más probable es que forme una familia perfecta, tenga un buen empleo y hasta hijos hermosos, como los tuyos pero sin vos, y con la convicción de que no pude hacer nada para que al fin recuerdes mi nombre esa noche después de veinte años, cuando tu marido te pregunte con la curiosidad de los amantes por quién llorás y no sepas qué responderle.-


