Si toleré la goriladeada en los '70 y la represión de un gobierno de facto mientras militaba en la gloriosa Juventud Peronista; si aguanté a mi suegra y sus menopáusicos caprichos durante un mes entero, aquella vez que nos fuimos de vacaciones a Choele Choel, creo que voy a poder vivir con la culpa que me genera esta -pequeña- infidelidad a cuestas. Después de todo, fue sólo un par de veces, y con unas prostitutas de las cuales ni siquiera sé el nombre. Lo juro, ni sé cómo se llaman. Un amigo decía que con las putas no es infidelidad: tiene su lógica. Claro que la Susana no va a entender si le digo que no la engañé -de hecho, te lo estoy diciendo Susana, no te estoy engañando. Seguro va a culpar a los muchachos, esos vagos de mierda, gateros, maricones va a decir y después se va a descargar contra la mujer de Roque, otra que bien baila, cornuda conciente, pero yo no, a mí no me cuerniás hijo de tu madre, yo no voy a ser la tontita del barrio, y cada vez que la Susana dice tontita -ton-títa dice la Susana-, se le transforma la cara, se le hace de goma, de caucho, de piedra tenés la cara para venir a decirme esto, me grita Susana, y la cabeza cada vez se le pone más grande y roja y ya se parece a mi suegra.
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(imagen extraída de aquí)
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