NNN tiene el agrado de contar, desde hoy, con las columnas del profesor Abel Noir de Anchorena. Gracias Abel, y espero que no sea la única.-
Cada vez que salgo de la redacción para la cual trabajo desde hace unos veinte años, me saluda el mismo sereno con esa misma cara de inexplicable preocupación. Ángel se llama, y a veces nos miramos por algunos minutos sin saber muy bien qué agregar después del último apretón de manos. Tengo la idea de que siempre quiere decirme algo más que "buenas noches licenciado, que tenga un lindo fin de semana". Ese hombrecito más bien gordo y con bigote canoso, de a ratos, tiene algo que contarme. Desde hace veinte años siento que es así, pero jamás le pregunté nada de verdad. Sé que tiene dos hijos, que vive en La Matanza, que se queda dormido en el tren y que detesta que le fumen cerca. Pero nada más, nada de libros ni de películas ni si le gusta su trabajo de sereno. Nos despedimos. Adiós licenciado, adiós Ángel, saludos a la familia.
Si el taxista me consulta antes de escoger el mejor camino para llegar a mi casa en Zona Norte, es seguro que luego hará un comentario sobre el clima. Si se toma ese atrevimiento, voy a preguntarle dónde vive. Siempre lo hago, cada vez que me dan pie. Las historias de los taxistas son las mejores: entretejen odios con rencores y mujeres y luchas inservibles y arrepentimiento. La mitad de la gente que hoy circula por los medios moriría por tener un cuento tan interesante. Mi mujer odia que no pueda dejar de trabajar, que cuando le pregunto qué vamos a cenar se espere luego que consulte sobre la hora en que estará la comida, y tal vez hasta los ingredientes que escogió para la cocción del pollo con arroz al azafrán. Es muy probable que yo aún no haya aprendido a distinguir entre el trabajo y el tiempo libre. Mi mujer dice eso. Por momentos me parece ridículo cobrar un sueldo por hacer lo que más disfruto en la vida.
No hay comentarios:
Publicar un comentario