
Tres semanas más tarde esperaba al payaso Chuchito en una mesa de un bar de Hurlingham para hacerle una entrevista. Chuchito era leyenda en el Oeste, era en los círculos de la elite del rubro animación infantil, lo que el Rafa Di Zeo inspiraba en pabellones de cárceles y aguantaderos en Lugano. Mis dedos temblaban en la mesa. Hacía barquitos con las servilletas de papel. En veinte minutos llené de colillas un cenicero a medio romperse. ¿Vendría el payaso vestido de civil, o el incoherente arlequín de colores, que bajaría de un colectivo de una desconocida línea de tres cifras? Entonces, ¿cómo reconocerlo? Ayudó que no hubiera mucha gente en el lugar, hasta que un hombre más bien gordo, más bien triste y con una mochila gris, se acercó -apretón de manos- y dijo:
-Vos debés ser...
-...sí, yo debo ser.
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(imágen extraída de aquí)
1 comentario:
Tengo nuevo blog. Te espero ahí.
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