lunes, 28 de julio de 2008

carmín

Ginecomastia*, dijo el doctor Fernerberg. Ginecomastia volvió a decir, para luego repetir el término por sílabas: gi-ne-co-mas-tia. El doctor daba vueltas a su escritorio y pasaba un lápiz negro de mano a mano. Luego tomó un control remoto, apretó un botón y proyectó en una enorme pared blanca una serie de diapositivas que pasaron de ser graciosas a humillantes. Todavía no aprendí a reirme de mí mismo, ¿eso es inmaduro? Preguntarlo hubiese sido una desubicación. Vaticiné una respuesta más sarcástica que mi cuestionamiento: soy médico clínico, no tu analista.
El doctor Fernerberg adelantó la nueva incomodidad que me generarían las remeras de lycra, las risas en las piletas públicas y lo poco estético de verme al espejo y descubrirme convertido en todo una Briggite Bardot. Pero jamás mencionó el placer del maquillaje carmín, la soberbia que genera pararse sobre los tacos más altos que hay en la vidriera, lo divertido de ser compradora obsesiva-compulsiva y la casi mística y frenética adicción a rechazar a los hombres que se me acercan cada vez que quiero cruzar la calle.-




*1. f. Med. Volumen excesivo de las mamas de un hombre, producido por alteración hormonal.
(foto extrída de aquí)

1 comentario:

Hernán dijo...

Se nota la angustia por haberte tenido que ir del Rosedal.