Sé que me vas a odiar por esto. Lo habías anticipado: voy a odiarte si te atrevés a... y buscaste mis ojos en el espejo en el techo en la habitación en el telo en la vuelta de tu casa. Ey, te estoy hablando -manos que agitan un cuerpo de párpados muertos-, imagino que con esto vos no vas a... pero sí, lo hice: perdón. Tuvimos un sexo memorable y distinguido, refinado y sutil, pero a la vez, permisivo, generoso y de contrabando. No vas a contarle nada de esa noche a tu mamá, te conozco. Cuando me dijiste que habías perdido un anillo en la habitación 13, por el pasillo de paredes celeste, al fondo, como bien indicó el conserje de cara espejada, pensé que me habías metido en una gran trampa. Y me vi, quince minutos después, sólo y frente a la puerta del albergue transitorio donde tres días antes habíamos decidido tergiversar nuestra amistad de tortugas. Sí, yo soy el que te llamó por teléfono para ver si las chicas de limpieza habían encontrado un anillo con forma de bichito de luz, expliqué al mismo conserje, que contestó pibe tenés suerte de que sea un anillo tan feo. Después se dio cuenta de que no debía ser muy espontáneo, y comentó que en el hotel quieren "lograr una confianza con el cliente" y bla bla bla: chamuyos para que volvamos uno de esos lunes tramposos. En fin. Llegué a casa con algo de frío, y aún en pijama, me puse a escribir este mismo texto mientras pasaba de mano a mano el anillo con forma de bichito de luz. A nadie vas a contarle nuestra historia. Lo sé.-
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(imagen extraída de aquí)
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