Cuando me doy cuenta de que recuerdo su cara mientras viajo en colectivo, camino por la calle o tomo café, es porque estoy hasta las bolas. Claro que hasta las bolas no es un término muy técnico. Y ahora mismo, si me das un lápiz y un papel, sin demasiados inconvenientes podría improvisar un retrato, así, a mano alzada, los ojos grandes y la nariz chiquita y para arriba. Tiene un lunar cerca del ojo derecho, hasta eso me acuerdo. Una vez la dibujé, y me salió tan pero tan bien que se lo mostré a todo el mundo pero nadie la reconoció. Cuando se lo di a ella -lo enmarqué y hasta le puse un vidrio-, me dijo qué poronga es esta. Y yo le dije sos vos, mi amor, y ella me contestó ah pero vos sos un reverendo hijo de puta, mirá la napia que me dibujaste. No lo había visto así: me pareció un más que muy respetable boceto. De todas formas, una de las cosas que me atrae de ella es esa espontaneidad que tiene. Te tira la posta nomás, sin vueltas. Y la forma en que dice poronga. Le da una entonación tan poética, fina, intensa. Una verdadera poronga, repitió y lo dejó sobre la mesa. Como sabía que ella no iba a guardarlo, me lo quedé, y cada noche, antes de ir a dormirme, le rezo un Ave María a esa mujer que me observa con ojos enormes desde la mismísima carbonilla.-
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1 comentario:
huf sin palabras, sin palabras no el tema q mis palabras pueden opacar lo escrito
salutes desde SCI TERROR
H
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